Y lo único que me dio la fuerza de voluntad necesaria fue la visión de una biblioteca, radiante de luz.
Muros y muros de libros y manuscritos en rollos, enormes esferas terráqueas refulgentes en sus soportes, bustos de dioses de dioses y diosas de la antigua Grecia, grandes mapas desplegados.
Periódicos de todas las lenguas estaban amontonados sobre unas mesas, y, por todas partes, había profusión de curioso objetos. Fósiles, manos momificadas, caparazones exóticos, ramilletes de flores secas, figurillas y fragmentos de esculturas antiguas, jarrones de alabastro cubiertos de jeroglíficos egipcios.
Y en el centro de la biblioteca, repartidos entre las mesas y las vitrinas, había cómodos sillones con escabeles, candelabros y lámparas de aceite.
Lestat el vampiro
Anne Rice